Hace unos años, Mitra Farahani tuvo una idea. ¿Podría tramar el encuentro de dos grandes cineastas que, aunque pertenecen a la misma generación, nunca se han conocido en persona? Jean-Luc Godard, el maestro suizo que no necesita presentación, y el menos conocido Ebrahim Golestan, cuya obra literaria y cinematográfica es la base de la cultura iraní moderna: dos ermitaños de la revolución técnica y política del cine.